Por Rafael González Franco
Vislumbrando futuros: Un gran líder, o muchos: Ayer vi la película Selma, que trata sobre una parte central en la vida y obra de Martín Luther King, la de su lucha por lograr el derecho ...
Curioseando: Vida y Pensamiento
martes, 24 de febrero de 2015
lunes, 3 de noviembre de 2014
La Hoja Rota.
Hoy por la mañana un respetable notario protagonizó frente a mí un
acto aparentemente baladí y que yo con frecuencia realizo. Se trata de romper
un papel escrito.
El letrado preguntó al funcionario
del juzgado si podría romperlo, en vista de que ya se estaba procesando una
corrección del texto, previamente escrito, en la computadora.
El secretario asintió, moviendo la
cabeza, e inmediatamente el notario partió en dos el pliego, juntó los trozos y
los partió de nuevo y así, hasta que quedaron dieciséis pequeños trozos de
papel.
El papel no contenía firma alguna.
Tampoco había sido manuscrito. Sólo era una impresión de computadora y, por
tanto, totalmente anodina; en el sentido de no poder atribuir a nadie su
autoría.
Al observarlo quedé extrañamente sorprendido.
Cuando el notario rompía aquél
pedazo de papel, noté en su rostro una expresión hostil, definitiva. Como si
con la destrucción del folio estuviese vengando una afrenta a su honor o a su
persona.
Entonces me di cuenta de que estaba
siendo testigo de un acto irremediable, irremisible, como la ejecución de un
sentenciado a muerte. Si la sentencia fue injusta o equivocada, no hay nada que
hacer.
Así de definitivos son muchos
pequeños actos de nuestra vida y; sin embargo, no nos damos cuenta o no
queremos darnos cuenta de ello.
Cada vez que tomamos una decisión,
estamos cancelando las demás posibilidades. Es como si rompiésemos el boleto
para entrar a aquellas puertas que ya decidimos no abrir. Siempre me ha llamado
la atención el símil del árbol de las decisiones. Una vez que escogemos una
rama, se presentan dos o más nuevas ramificaciones por las que transitar.
Nuevas opciones que tomar e, irremisiblemente, otras opciones que cancelar.
Hay cosas en la vida que hacemos con
gusto, como entrando a una fiesta. Hay otras que nos causan repulsión, asco.
Cosas que hacemos rápido para librarnos de esa carga. Inclusive volteando la
cara, como el protagonista de este relato.
La próxima vez que rompas un pedazo de papel, observa
con detenimiento la acción. Quizá en la fractura se pueda entrever un indicio
de nuestra propia fugacidad.
Gonzalo X. Villava Alberú.
sábado, 10 de noviembre de 2012
Extraordinaria entrevista a un pensador que sí sabe cuáles son las cosas que de verdad importan.
Laberinto: Adriana Malvido, Premio Nacional de Periodismo 201...: La reportera (y colaboradora de este suplemento) Adriana Malvido, fue reconocida el día de hoy con el Premio Nacional de Periodismo, por u...
martes, 30 de octubre de 2012
miércoles, 25 de julio de 2012
Un Buen Abogado.
Una colega de la República Dominicana, Clara de la Cruz, nos preguntaba en un Grupo Virtual nuestra opinión sobre lo que se entiende hoy día por ser un ¨buen abogado¨
Agradeciendo la pregunta que me sirve para reflexionar. Yo pienso que un buen abogado es aquél que se preocupa por los verdaderos intereses de su cliente. Aún cuando, a veces, los clientes no puedan ver claramente que les resulta mejor contribuir a la construcción de un sólido Estado de Derecho que obtener una victoria usando medios dudosos.
En mi país, México, esta cuestión se pone de manifiesto de forma dramática hoy en día. Cuando intereses muy oscuros del crimen organizado y algunos otros intentan echar por tierra lo que se ha construido, la ética y el profesionalismo son más necesarios que nunca porque podemos llegar a ser la última valla entre la civilización y la ley del más fuerte.
En cuanto a la competencia desleal, ya tengo los suficientes años para saber que un cliente que se va porque le ofrecen arreglar su asunto más rápido y más eficazmente generalmente regresa después de una decepción.
Lo que hoy me preocupa es la tendencia internacional de convertir a nuestra profesión en una industria, un negocio que relega los verdaderos valores que durante dos milenios hemos defendido; como la justicia, la compasión y el buen juicio, sabio y humano; para regirse con criterios mercantiles de eficiencia y lucro en lugar de atender los problemas que se nos presentan como verdaderos conflictos entre seres humanos iguales en respeto y dignidad.
Gonzalo X. Villava Alberú (Julio 2012)
sábado, 18 de febrero de 2012
sábado, 7 de enero de 2012
ACERCARSE A LA TIERRA
La tierra, esta maravillosa y fértil madre nos ha quedado muy lejos a los citadinos. Por eso es muy sano concedernos unos días en el campo, disfrutar de su belleza y de su silencio.
Desde luego que el campo no es, en absoluto, silencioso. Si te fijas un poco escucharás muchos y diversos sonidos. El siseo del viento filtrándose entre los árboles, el ruido de un tronco que se bamolea y chirria. El mugido de una vaca, a lo lejos, el zumbido de un escarabajo volando y muchos otros estímulos a nuestros oídos.
No obstante, para los que ya nos hemos acostumbrado al constante ruido de automóviles y camiones, al reclamo de ventas de los marchantes, al anuncio insolente y repetitivo del gas, en suma: al ronroneo de la ciudad, estos sonidos nos parecen un silencio total.
Silencio con tranquilizante, podríamos decir. Porque estoy seguro que si entrásemos a una cámara insonorizada donde no pudiéramos oír ningún sonido del exterior, entraríamos inmediatamente en angustia total.
En cambio, los sonidos que nuestros ancestros por siglos y milenios han venido escuchando en el campo nos parecen propios y como si nunca los hubiéramos dejado de percibir. Tal vez por eso nos confortan, porque una parte de nosotros reconoce institntivamente que de aquí somos, que éste es nuestro lugar.
Basta estar dispuesto a contemplarla, para encontrar en el campo la belleza. Por todos lados nos sorprende cuando nos abrimos a recibirla. Lo único que hay que hacer es bajar el ritmo, demorar la mirada y ahí está.
Hoy nos toca cuidar este tesoro, conservar lo que es nuestro y así, convertirnos en dignos habitantes de este planeta.
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