domingo, 26 de junio de 2011

DE MI PAPÁ.

Una vez, hace muchos años, me dijo mi papá que en los momentos difíciles; cuando tenía que sacarse a sí mismo a flote o tomar una decisión complicada, platicaba con su papá.

Esta confesión sería de lo más ordinaria si no fuera porque mi abuelo, su papá, murió unos meses antes de que yo naciera.

Hoy quiero decirte y decirles a todos los que lean estas líneas que yo también recurro frecuentemente a mi papá cuando me encuentro en una situación difícil… sólo que él no lo sabe.

Montones de maestros y psicólogos dirían que es lo más normal. Y sí, pero hoy quiero expresarlo.

Nuestro padre nos acompaña siempre. A veces lo negamos y a veces lo condenamos; mas, a mi edad, puedo decirlo claramente: nunca nos lo sacudimos.

De mi papá, al que yo le digo Padre, primero por respeto y por autorespeto y ahora por cariño, aprendí muchas cosas.

Cosas que no se enseñan en la escuela, a la que él tuvo muy poco acceso.

Tal vez por eso me parecen más valiosas. No estaban en los libros de texto gratuito, aquellos con una Madre Patria pechugona posando en la portada. Ni en los libros que usábamos los niños que íbamos al “colegio”, en mi caso en francés.

Mi papá me enseñó el valor de la lealtad. Cada vez que tuvo la opción de traicionar a un jefe, a un empleado, a mi propia madre, mi papá se mantuvo fiel a sí mismo, a sus amigos, a sus amores. Ahora sé que tan difícil puede resultar esta opción, sin embargo yo sé que para él la otra opción, en realidad, nunca existió.

Una manifestación que me salta a la mente de esa lealtad, es la paciencia con la que soportó las veleidades de mi hermano mayor. Un día Rodrigo se fue de la casa. Estaba muy enojado y yo también, entre brumas recuerdo que le comenté que si se quería ir pues que se fuera, que no merecía quedarse en la familia. Inmediatamente me corrigió, sin rabia me dijo que mi hermano tendría la puerta abierta siempre, no importando cual hubiera sido su conducta. Ese día supe que a mi padre lo habían corrido de su casa, más de una vez.

El valor del compromiso es otra de las cosas que he aprendido de él. Cuando había que dividir los peces y los panes, la primera en su mente era mi abuela. Su suegra les ayudó a comprar la primera casa y aunque no le urgiera, el depósito siempre estaba a tiempo en su cuenta. Lo sé porque yo fui, muchas veces, el que lo hizo.

Recuerdo que me decía que no importaba tomar malas decisiones, que lo importante era tomar decisiones. Que finalmente, una mala decisión puede corregirse con otra u otras buenas decisiones. Esta sencilla lección ha sido transmitida de mi boca a muchos empresarios familiares en mi carrera. Cuántas veces ha servido para contrarrestar ese natural instinto de frustrar a los hijos de los empresarios exitosos porque: “tu no sabes, hijo”.

El valor de la amistad. Entre más maduro más lo entiendo. Un día tuve un serio conflicto con un gran amigo que también era mi cliente. Por dinero, por supuesto. El ejemplo de mi padre me permitió enfrentarlo y ofrecerle de nuevo mi amistad, no así su crédito. Hoy seguimos siendo amigos siempre que no haya intereses monetarios de por medio.

Muchas más cosas aprendí de mi papá. Los valores se aprenden en casa, pobres de los padres que le ceden a las escuelas este aprendizaje. Cosecharán lo que han sembrado.

Más importante es que sigo aprendiendo, consultándolo en mi interior. Y encontrando respuestas. Todas comienzan así: “Es tu decisión, podrías equivocarte pero no importa…”

Gonzalo X. Villava Alberú