sábado, 7 de enero de 2012

ACERCARSE A LA TIERRA

La tierra, esta maravillosa y fértil madre nos ha quedado muy lejos a los citadinos. Por eso es muy sano concedernos unos días en el campo, disfrutar de su belleza y de su silencio.

Desde luego que el campo no es, en absoluto, silencioso. Si te fijas un poco escucharás muchos y diversos sonidos. El siseo del viento filtrándose entre los árboles, el ruido de un tronco que se bamolea y chirria. El mugido de una vaca, a lo lejos, el zumbido de un escarabajo volando y muchos otros estímulos a nuestros oídos.

No obstante, para los que ya nos hemos acostumbrado al constante ruido de automóviles y camiones, al reclamo de ventas de los marchantes, al anuncio insolente y repetitivo del gas, en suma: al ronroneo de la ciudad, estos sonidos nos parecen un silencio total.

Silencio con tranquilizante, podríamos decir. Porque estoy seguro que si entrásemos a una cámara insonorizada donde no pudiéramos oír ningún sonido del exterior, entraríamos inmediatamente en angustia total.

En cambio, los sonidos que nuestros ancestros por siglos y milenios han venido escuchando en el campo nos parecen propios y como si nunca los hubiéramos dejado de percibir. Tal vez por eso nos confortan, porque una parte de nosotros reconoce institntivamente que de aquí somos, que éste es nuestro lugar.

Basta estar dispuesto a contemplarla, para encontrar en el campo la belleza. Por todos lados nos sorprende cuando nos abrimos a recibirla. Lo único que hay que hacer es bajar el ritmo, demorar la mirada y ahí está.

Hoy nos toca cuidar este tesoro, conservar lo que es nuestro y así, convertirnos en dignos habitantes de este planeta.


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